
¿Por qué delCerro?
Cuando me surgió la necesidad de instalar un taller propio, sabía que quería un espacio con mucha vegetación. Con ese anhelo llegué a la comuna de Curacaví en 2018. El cerro Bustamante, un imponente guardián de mil ochocientos metros de alto, fue el lugar que escogí para refugiar mi trabajo. Entre sus laderas y quebradas, y a la sombra de su bosque esclerófilo, la creación se manifiesta como un acto necesario. Nombrar a mi taller “delCerro” se me hizo ineludible en este contexto.

Un poco de mi historia
“delCerro” nace después de una vuelta larga, trataré de resumirla en las siguientes líneas.
En el colegio me obsesionaba la producción en serie de todo objeto manual: pinches de género, origami, papel maché, papel reciclado, figuras de yeso, greda…… Al graduarme, quise estudiar teatro o artes, pero las expectativas familiares y una larga tradición ingenieril, me hicieron decidirme por la carrera de Ingeniería Comercial en la Universidad de Chile.
En mi segundo año como universitaria, conocí el taller Alfar, ubicado en un cité de la calle Jofré. Me fascinó. Quise tomar clases allí, pero escapaba a mis posibilidades económicas.
Tras sentirme desmotivada y tomar por ello una pausa de la Escuela de Ingeniería, retorné a mis estudios inspirada por la gestión de las artes, incluso profundizando mis estudios con el Magister en Gestión Cultural en la Universidad de Chile.
El peregrinaje laboral me llevó a trabajar posteriormente con instituciones como el Teatro Nacional Chileno, el CEAC, la Fundación Pablo Neruda, el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, entre otras, además de impartir clases en gestión cultural en la Universidad de Chile, Universidad Católica y Universidad de Santiago.
En 2009 comencé a tomar clases en Taller Villaseca en Providencia. Feliz fue mi sorpresa cuando, pasado un par de años, supe que ellos venían del Taller Alfar. Al pasar el tiempo, fui incorporando la producción de cerámica en mi mesa de comedor de la casa, luego instalé un mesón para trabajar al costado del mismo comedor y después intenté con un taller en un espacio prestado en casa de una amiga del corazón.
Cuando me avisaron que no podrían seguir quemando mis piezas en el taller donde las horneaban, me vi ante el enorme desafío de instalar un taller: el equipamiento, el horno y su manejo, el acceso a insumos, la formulación de esmaltes, la operativa… Un mundo gigante para la fracción de aprendizaje que yo tenía (¡solo sabía construir piezas!).
Entonces, salí en búsqueda de nuevos perfeccionamientos con otros maestros ceramistas y, por otro lado, a buscar un lugar, el que encontré en las faldas del cerro Bustamente, en Curacaví. Esa es la historia de nacimiento de mi taller “delCerro”.
